Ella era pequeña y arrugada como una uva pasa, una gorra roja cubría su pelo grisáceo y cuando se acercaba a la ventana olía a queso rancio, era un olor característico, pero era cuestión de un rato para que no molestara más; su nombre nunca surgió en la conversación, pareció ser poco importante, de cualquier manera de qué sirve un nombre cuando solo se trata con extraños.
Ella dijo tener tantos años como para haber perdido la cuenta, y su falta de audición y ojos nublados lo confirmaron, aún así tenia suficiente vitalidad para correr detrás de un carro por unas pocas monedas, “hay algunos que me dan un billetico” - me dijo – “ese sirve pa´l arriendo de la pieza, pero algunas niñas me traen un mercadito, con eso puedo ahorrar y no quedarme colgada...” luego se alejó de mi ventana un segundo para ver si venia algún carro a parquear, luego se asomaba de nuevo y parecía emocionada de que alguien estuviera dispuesto a oír sus historias, tanto así, que dejo pasar un par de carros.
Nació y vivió toda su vida en Bogotá, probablemente “colgará lo guallos” en ésta ciudad también, según ella, no falta mucho para que eso pase. Se disculpó por molestarme más de una vez, y aunque dije que no tenía importancia, ella no lograba oírme y se limitaba a repetirlo cada vez que llegaba mi ventana. Me contó historias de sus muchos amores, un esposos fallecido por la pena de la muerte ajena, y un viejo amor que termino de cura y hasta hace poco la visitaba para darle algo de dinero “Yo cuidaba el parqueadero al frente de su parroquia y él me daba comidita, un día lo deje de ver y luego un chino me dijo que el curita había colgado los guallos, yo ni me enteré, al parecer dizque eso los entierran bajo el altar” – me dijo, y con una voz triste añadió – “desde ahí me quedé solita.”
“Es que a mi Dios me hizo cargar con un peso como el de Jesús” –afirma ella- Aún así, cuida el parqueadero con una sombrilla como su única defensa, y en medio de risa me demostró como logró un día deshacerse de unos jóvenes que querían el parqueadero, “esos chinos consumen de todo, y no cuidaban los carros sino que ellos mismos los robaban, la gente dejó de venir al parqueadero y yo le recé a mi Diosito que me mandara unos carritos pa´ poder pagar la pieza, y como tres meses después la gente comenzó a aparecer.” Luego comenta que lleva 20 años cuidando carros, y que no sabe hacer nada más, y aunque la policía la ha “corrido” de varios sitios, ella se mantiene fiel a su oficio, y promete cuidar los carros ajenos a cambio de un par de monedas que le permitan pagar la renta, y por que no, una comida.
miércoles, 2 de abril de 2008
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1 comentario:
que historia tan triste. y saber que hay muchas personas como ella que sólo buscan como sobrevivir en medio de una ciudad cada vez más extraña
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